jueves, 11 de abril de 2013

Orificios en la cabeza (fragmento), de I. Asimov

Un amigo mío dijo una vez que le gustaría ver cómo llevo yo mi archivo. Fuimos, pues, a mí despacho y le dije: "Este clasificador es de correspondencia. Aquí guardo los manuscritos viejos. Aquí los que están en preparación. Éste es el fichero de mis libros; éste el de las novelas cortas; aquí otros escritos breves..."
"No, no -dijo-. Todo eso es trivial. ¿Dónde guarda usted sus fichas de datos?"
"¿Qué fichas de datos?, exclamé perplejo. Yo hablo a menudo con perplejidad. A ello atribuyo en parte mi simpatía, acaso haciéndome ilusiones.
"Las fichas en que usted apunta datos para utilizarlos en futuros artículos o libros, clasificadas por materias."
"Yo no hago eso -dije con inquietud-. ¿Es que debe hacerse?"
"Pero entonces ¿cómo conserva usted las cosas en la memoria?"
Me alegró poder contestar a eso claramente. "No lo sé", dije. Y él pareció un tanto enfadado conmigo.
Pero de veras lo ignoro. Sólo sé que, desde mis primeros recuerdos, me pinto solo para clasificar. Todo se me distribuye en categorías, se me divide, numera y dispone en la mente, en ordenadas casillas. No me preocupo de hacerlo; es cosa espontánea.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Niño desordenado (W. Benjamin, Calle de mano única, 1928)

Cada piedra, cada flor arrancada y cada mariposa capturada son ya, para él, el inicio de una colección, y todo cuanto posee constituye una colección sola y única. En él revela esta pasión su verdadero rostro, esa severa mirada india que sigue ardiendo en los anticuarios, investigadores y bibliófilos, sólo que con un brillo turbio y maniático. No bien ha entrado en la vida, es ya un cazador. Da caza a los espíritus cuyo rastro husmea en las cosas; entre espíritus y cosas se le van los años en los que su campo visual queda libre de seres humanos. Le ocurre como en los sueños: no conoce nada duradero, todo le sucede, según él, le sobreviene, le sorprende. Sus años de nomadismo son horas en la selva del sueño. De allí arrastra la presa hasta su casa para limpiarla, conservarla, desencantarla. Sus cajones deberán ser arsenal y zoológico, museo del crimen y cripta. "Poner orden" significaría destruir un edificio lleno de espinosas castañas que son manguales, de papeles de estaño que son tesoros de plata, de cubos de madera que son ataúdes  de cactáceas que son árboles totémicos y céntimos de cobre que son escudos. Ya hace tiempo que el niño ayuda a ordenar el armario de ropa blanca de la madre y la biblioteca del padre, pero en su propio coto de caza sigue siendo aún el huésped inestable y belicoso.